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La 2ª de Mahler, la Resurrección en vida.

Unos días antes de escribir este artículo, me unía al Cor de la Generalitat Valenciana para interpretar junto con otros 80 miembros la 2ª Sinfonía de Mahler, llamada Resurrección. Pertenece a aquellas obras donde uno puede encontrar el verdadero mensaje que guarda la clave para encontrar el sentido del transcurrir por esta vida.

Mahler mismo dejó por escrito el significado que encontró a su propia sinfonía. Y digo el significado que «encontró» porque muchos compositores, sino todos los grandes, son llevados de la mano de algo más grande que ellos para componer algo que ni ellos mismos explican cómo les ha llegado. Notan un fluir en la composición, como una alucinación incesante de trabajo que los deja absorbidos y fascinados. El mismo Schönberg dijo: «soy esclavo de un poder interior más poderoso que mi educación«. Se refería sin dudar a esa especie de canalización que sufren como mensajeros de una comunicación que es más grande que ellos mismos.

Por eso digo que Mahler interpretó su propia composición, canalizada a través de él gracias al gran talento, la experiencia y los grandes recursos que poseía. Sintió una necesidad de componer esta sinfonía, una necesidad vital. Una necesidad vital que necesitaba de una experiencia personal para poder ser transmitida al papel. Según dejó escrito: 

“No puedo componer música hasta que mi experiencia pueda ser reunida en palabras. Mi exigencia de expresarme musical y sinfónicamente sólo comienza cuando dominan las oscuras sensaciones  y dominan en el umbral que conduce al otro mundo, al mundo en el que las cosas ya no se descomponen en el tiempo y en el espacio”. 

 

Él era consciente de la exigencia que suponía abordar una composición, de la responsabilidad. Pero él no estaba solo en la elaboración de la obra.

En una carta dirigida a su amigo Mars Marschalk y en el diario de su amiga Natalie Bauer-Lechner donde se recogen conversaciones con el compositor, podemos conocer cuál es el discurso narrativo de la sinfonía. Mahler propone lo que hoy en día llamamos el «viaje del héroe«, ese viaje que él describe como el de un héroe ajeno a nosotros. El héroe que pretende relatar en su sinfonía en realidad somos nosotros mismos, todos y cada uno de nosotros, ese viaje que se ha de realizar en vida y que culmina en la Resurrección a una vida plena, libre y de expansión.

El movimiento que introduce la voz, el 3º, lo hace a cargo de Urlicht, cuyo significado en español es «Luz Primigenia», la primera luz que abrió el universo y que ahora va a simbolizar esa luz de vida que nacido del Creador vuelve a Él. Es la voz del héroe que ha salido de la prisión del mundo, ha sido consciente, lo ha abandonado y se dirige hacia Aquel que lo creó. La muerte no ha sido del cuerpo, ha sido de la pertenencia a las leyes autoimpuestas de esta civilización. La vida se alcanza tras el viaje hacia el Creador (Ich bin von Gott und will wieder zu Gott!, Soy de Dios y regresaré a Dios) el guía que le va a asistir el resto de su vida. No es una muerte física, es una muerte de las ideas de la mente y un renacer de consciencia, una auténtica resurrección. 

Incluso afirmaría que éste es el gran mensaje del Nuevo Testamento, la Resurrección y no la Crucifixión, pues ésta deviene una falacia de la mente a la que hay que trascender para alcanzar la auténtica vida una vez resucitado. Y este trascender se alcanza mediante el viaje del héroe. Todo el calvario y la crucifixión simboliza todo el dolor que el hombre ha ejercido sobre sí mismo. Él mismo se ha crucificado. Pero en su despertar de conciencia ha renacido y ha trascendido todo esa falsedad del mundo. Una falsedad que como la propia palabra indica no puede pertenecer al ámbito de la vida divina, la vida construida por el Creador. Pues las mentiras del hombre no tienen ningún valor. 

Las palabras de Urlicht escritas por el propio Mahler son:

Los hombres sufren gran necesidad.
Los hombres sufren gran pena.
He estado alejado del cielo. Venía por un ancho camino, cuando un angelito intentó hacerme retroceder. ¡Oh, no! ¡Rechacé regresar! ¡Provengo de Dios y regresaré a Dios! El misericordioso Dios me dará una lucecita, ¡para iluminar mi camino hacia la eterna gloria!

Mahler narró esta parte:

En Urlicht se exponen las preguntas y la lucha del alma humana por Dios, así como su propia existencia y naturaleza divina. Mientras los tres primeros movimientos son narrativos, el último es totalmente dramático: Aquí todo es movimiento y acontecer.

Una sucesión de movimientos agitados y de gran sonoridad y tensión de la orquesta suceden a continuación. Los gritos del mundo vuelven a sonar pero ahora el héroe ya está protegido por su propio despertar de consciencia que ha creado un escudo invisible alrededor suyo para impedir que cualquier tentación del mundo, que ya ha abandonado, vuelva a él. Los tambores del Juicio Final aparecen, ese Juicio Final inventado por el hombre para difundir la culpa, el miedo, el castigo y la separación entre nosotros, y que el propio Mahler desea aclarar con las siguientes palabras:

No hay juicio divino, ni bendecidos ni condenados, ni el Bien ni el Mal. Todo ha cesado de existir.

Gran mensaje para el que quiera escuchar. No hay juicio divino pues Dios no juzga su propia Creación, no juzga a su propio hijo (cada uno de nosotros) y mucho menos castiga, pues sería castigarse a Él mismo. Despertad, levantaos, dejad de creer en los juicios y las culpas. Todo ha sido una pesadilla.

Y así con el poema de la oda Auferstehung (Resurrección) del poeta alemán Friedrich Gottlieb Klopstock, creador de la lengua poética alemana moderna, continuó con el siguiente texto que introduce ahora el coro:

¡Resucitarás, sí resucitarás,
polvo mío, tras breve descanso!
¡Vida inmortal te dará quien te llamó
!

Ahora todo es paz, la orquesta ha cesado, el coro canta a capella. Ese descanso se hace patente en esta sonoridad del conjunto. Las dos voces solistas, como dos ángeles anunciadores, reafirman el sentido de la vida, el sentido del viaje, aclaran las dudas que puedan surgir:

Oh créelo, corazón mío, créelo:
¡Nada se pierde de ti!
¡Tuyo es, sí, tuyo, lo que anhelabas!
¡Lo que ha perecido resucitará!
Oh créelo: ¡no has nacido en vano!
¡No has sufrido en vano!

Nada más que añadir a lo que claramente estos ángeles dicen, ¿acaso aún tienes dudas de que todo lo que anhelabas es ahora tuyo?¿acaso aún crees que todo este sufrir no tiene ningún motivo? El texto final escrito por Mahler antes de recapitular la oda iniciada por el coro para poner fin a la sinfonía, dice:

Sterben werd’ ich, um zu leben! 

¡Moriré para vivir!

Como él mismo indica:

«Aquí las propias palabras son suficientes como comentario y no agregaré una sola sílaba, pero el gran crescendo que se inicia en este punto es tan tremendo e inimaginable que yo mismo no se cómo lo he logrado”.

¿Puede haber otro prueba mayor que ésta que reafirme mi comentario del principio del artículo sobre la canalización que viven los grandes compositores? Bienvenido sea este descubrimiento, bienvenida la música, bienvenidas las palabras. Éste es el gran mensaje divino. Un mensaje donde interviene el ser humano en todas sus facetas: el compositor, el director, cada músico de la orquesta, cada integrante del coro, cada una de las solistas. Todos unidos con el mismo fin, dar al mundo el gran mensaje de la esperanza, el gran mensaje de la posibilidad de resucitar en vida, el gran mensaje de amor que el grandísimo nos da a través de nosotros mismos, para que lo disfrutemos, para que lo vivamos, para que lo sintamos…para que Él también lo disfrute.

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